Ese botón extra desabrochado no hacía otra cosa que
confirmarme que nadie le había dicho nunca que tenía una mirada preciosa. Hablaba
rápido, estaba nerviosa. No se daba cuenta de mis esfuerzos por mantener la
pierna quieta, apoyando toda la planta del pie sobre el suelo. Traté de
clavarme las uñas en el muslo, por si el dolor ayudaba a relajar el temblor.
Fue inútil. Además, debía centrar mi atención en su discurso, no quería
contestar obviedades. Tenía muy poco tiempo y si soltaba una tontería podía
darme por amortizado.
Volvamos a ella. Había superado lo de su ex, decía. O sea,
le dolía cada noche. Estaba pisando todos los charcos posibles. Hablar de otras
relaciones era hacer saltar por los aires una cita con amonal, eso es de
primero de soltero.
Política y religión eran
NoGo Zones pero es que los
asuntos de entrepierna pasados eran un suicido en Waco. Eso lo ponía en el
panfleto de las citas rápidas y lo decía el sentido común del menos avezado en
estas lides.
Pero en fin, yo estoy curtido y mírame, con la pierna arriba
y abajo como un adolescente pidiendo preservativos en la farmacia.
El local es lúgubre y su mirada lo hace nuevo. Su voz es
suave y ella está desconcertada porque no miro a su escote. La boca roja, las
uñas a juego y yo quiero su alma. Recomponer sus trocitos, que ella ha pegado
con Pritt para venir aquí esta noche.
Decirle que se nota que no tiene 38 y que me da igual. Que
no le explico que tengo ganas de pegar al cabrón que apagó sus ojos porque ella
espera que me parezca que está buena y no que me enternezca su derrota.
Al fin y al cabo, yo estoy haciendo lo mismo. Impostando un
ganador. “Inversor de fondos extranjeros” he escrito en mi tarjeta. Enseñar
pisos de los que nunca podría pagar la cuota de comunidad a venezolanos con
pasta manchada de dictadura es la fórmula desarrollada de mi curro, pero no me
cabía. Decir que estoy muerto de soledad y hastío tampoco me cabe en la boca.
Este bareto es lo peor y yo me estoy enamorando.
Me habla de que su madre no la deja vivir, de los hombres
que la pretenden, de que es jefa de departamento. Sus manos se mueven tanto
como mi pierna y sé que es una buena chica maquillada de despreocupación. Temo
que si no ponen el aire acondicionado ya, voy a empapar la camisa de Ralph
Lauren.
Maldigo al dueño de este antro, un hombre tosco y sin
escrúpulos que gana dinero con cada cerveza que paga mi soledad y su
desesperación. Ha fotocopiado unas cuartillas en blanco y negro con las
instrucciones y sus correspondientes faltas de ortografía y comprado rosas de
plástico de los chinos para las mesas. Y es en este escenario donde quiero
cogerle la mano y susurrarle que salgamos corriendo sin pagar y sin mirar
atrás. Me quedan dos minutos y ella me dice que tiene una carrera en las
medias, que qué desastre. Y yo no quiero mirar sus piernas porque quiero vivir
en sus ojos.
-
Cambio de pareja, chicos- grita el gilipollas del
organizador apretando una especie de timbre de bicicleta.
Me incorporo, le doy dos besos y le digo “guapísima”. Sonríe
por primera vez en los siete minutos de cita.
Me siento de nuevo y cojo el boli. Escribo un NO al lado de
“Marilyn”. Ella nunca entendería que me enamoré de su alma.